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domingo, 27 de abril de 2008

El mal de las academias

A José Ramón, porque la auténtica economía está en las preguntas, no en las respuestas

En los últimos tiempos hemos podido comprobar que los alumnos universitarios han caído en una rutina que denominamos “las academias”, se trata en resumen de que los alumnos tras asistir a las clases ordinarias (o en ocasiones en vez de hacerlo) se encierran por el resto de su jornada en una institución que llamamos academia (con lo que ese término significaba para Platón) donde creen encontrar el complemento necesario para su formación. Las consecuencias de esta decisión son múltiples, por un lado sobre su distribución del tiempo, por otro sobre su disponibilidad económica, y finalmente sobre sus técnicas de estudio.
La cuestión objeto de estudio en este documento es analizar la sensación de malestar que inunda el sistema educativo ante esta situación, para ello en primer lugar hemos de responder a la cuestión de si ese comportamiento ha de ser calificado de problema, y en ese caso, en segundo lugar hemos de diagnosticar la naturaleza del mismo.
En general la asistencia a cualesquiera actividades libremente elegidas por ciudadanos adultos, no puede ser considerada a priori un problema, sin embargo, desde el punto de vista del sistema educativo unas personas que acuden al sistema educativo a adquirir una determinada formación, muy bien pueden ver juzgado su comportamiento de acuerdo con su contribución a los procesos de aprendizaje. Esta aclaración es importante dado que el desarme intelectual al que unas presuntas élites, presuntamente bien-pensantes han sometido al sistema desde cargos gestionados demagógicamente, nos ha privado (escribo desde la universidad) hasta del derecho a definir lo que ayuda al aprendizaje y lo que lo boicotea.
Vaya por delante que el aprendizaje es esfuerzo, aprender es esforzarse, someterse a presión movilizar de forma creciente los recursos y conseguir al final ser mejor que al principio. La función del profesor es entonces dosificar el esfuerzo y lograr que las dificultades interpuestas generen una experiencia de aprendizaje fruto de la reflexión del que se consideraba incapaz y acaba viéndose más fuerte de lo que creía ser. Sin embargo, esta descripción que todos alabamos alborozadamente en un saltador de longitud, es denigrada sistemáticamente cuando de un problema de álgebra (mucho más interesante) se trata. ¿Por qué? La respuesta fácil es acusar al sujeto de vagancia, culpabilizarlo y encogerse de hombros de forma fatalista, sin embargo, y éste es el reto al que me somete el buen amigo José Ramón, algo más podríamos decir, ¿o acaso ya hemos perdido el control?.
La asistencia sistemática a las academias como rutina de estudio, es esencialmente un problema, impide la organización del aprendizaje por el alumno, desaparece la reflexión propia, se sustituye el esfuerzo de aprender (la experiencia) por el dinero de papá, se priva al alumno de recursos y se le convierte en cliente fidelizado, adicto dependiente de un sector que le priva de la ocasión de adquirir recursos intelectuales. Por otro lado, hemos de asumir que además, desde la propia universidad, hemos caído en la trampa de reducir el trabajo diario a una mera exposición de contenidos, sustituible plenamente en el siglo XXI por multitud de herramientas (¡Ya han inventado el cuentacuentos¡). Si hemos desactivado el sistema ¿Qué esperábamos?. Mucho habrá que decir sobre la calidad de nuestra docencia.
Pero con todo, el análisis que quiero realizar va mucho más allá de lo descrito, ¿por qué, me pregunta JR, los alumnos prefieren acudir a las academias de pago antes que a clases gratuitas (y mejores)?, ¿Por qué dan más credibilidad a los malos alumnos enquistados en metaprofesiones de metadocencia que a los buenos profesores?. ¿Qué tiene que decir un economista al respecto? La verdad es que la pregunta es sugestiva y da mucho que pensar.
La primera idea que se me viene a la cabeza es la llamada ley de Gersham, que fatalistamente pronostica el triunfo de la mala moneda (como instrumento de cambio) sobre la buena (que se reserva como instrumento de depósito), ¿no habrá algo de ésto?. Todos hemos visto la facilidad con la que errores garrafales se propagan y anclan en los malos apuntes distribuidos para huir de los buenos libros (también en parte culpa nuestra que tenemos a gala ocultar nuestras fuentes), una idea buena es difícil de encontrar en los apuntes que se prestan, un atajo arriesgado y contraproducente rara vez es omitido… (sáquense las conclusiones pertinentes).
El segundo análisis que me surge tiene que ver, como no podía ser menos, con la cuestión de los incentivos que un alumno tiene a la hora de asignar una hora de su tiempo a su trabajo o a la compra de asistencia técnica por terceros. Este enfoque, el clásico de la economía, nos presenta a un alumno individual enfrentado a sus restricciones tratando de optimizar sus objetivos, si ésta es la situación, el problema es que es más rentable, de cara a aprobar un examen, una hora de recepción pasiva de discursos ajenos, que una hora de actividad propia (además de mas descansada). Es decir aunque resulte impropia la comparación, entre el sexo y las películas de mala nota ganan las segundas. Si ésto es así, el problema somos de nuevo los profesores, que hemos caído en el mito de la evaluación objetiva y examinamos para justificar más allá de toda duda el eventual suspenso, no para fomentar y primar el aprendizaje. (gracias defensor, gracias cargos académicos). Hemos reinventado al leguleyo que recita el código civil de memoria y pasa por abogado.
Sin embargo, creo que el enfoque anterior tampoco es el relevante, no es el contexto descrito el que reproduce la toma de decisiones que yo observo en un padre amigo que me consulta si enviar a su hijo a la academia. La cuestión se plantea de otra forma, la consulta es: “todos van a …..” ¿mando también a mi hijo?. De nuevo la situación es vagamente familiar, ¡la trampa del prisionero! Si todos van a … (me impongo la restricción de no llamarlo academia), mi mejor jugada es acudir también, no vaya a ser que allí se aprenda algo que me diferencie por abajo (pobres incautos), pero si nadie va a …. de nuevo mi mejor jugada es acudir para capturar la hipotética ventaja sobre los demás. Dios mío, entonces los alumnos compiten estratégicamente entre sí para conseguir una diferencia que les permita aprobar sobre los demás. Y de paso se cargan su aprendizaje. Bueno, no es nada raro, lo hacemos todos ante un cruce, al aparcar en doble fila, en la cola del super….. La teoría de juegos cabalga de nuevo, los agentes económicos interactúan entre sí, y responden no a sus intereses particulares sino a las respuestas de los competidores, y con ello se apartan de la jugada óptima, no son irracionales, miran en la dirección equivocada. Entonces, si ésta es la mejor explicación, ¿qué podemos hacer?. La primera parte ya la hemos descrito, si los alumnos no obtienen ventaja en la “particular” ¿para qué van a ir? Impartamos aprendizaje, examinemos el resultado del aprendizaje y en paz. Sin embargo, hoy por hoy no podemos garantizarlo, tenemos lo que tenemos y el sistema funciona como funciona. ¿se puede hacer algo más? Bien aquí caben muchas ideas, romper la diferencia, distribuir en la universidad las fotocopias de …… para que nadie tenga interés en acudir a otro lugar a recibir … documentación. Si los alumnos demuestran disponer de tanto tiempo como exhiben en esos centros, ocupémosle, dirijamos de verdad el aprendizaje. Pero sobre todo abramos las puertas, llamemos a las cosas por su nombre, evitemos el intento políticamente correcto de no llevar la contraria a los alumnos-clientes, demostremos que podemos desactivar la trampa, trabajos, trabajos en equipo, exposiciones en clase, debates en que alumnos han de defender un discurso en público, y sobre todo suspensos cuando sea necesario, pero suspensos que no se resuelvan en una academia, ni enredando en reglamentos ni en despachos. Finalmente información y credibilidad, si todos los agentes entienden lo que esta pasando y comprenden y creen en el compromiso que el sistema ofrece responderán, pero solo ante una exigencia creible. Se lo debemos a una sociedad que nos pide que usemos bien los recursos.
Esta es una aproximación a vuelapluma, no pretendo tener la solución, pero si vislumbro que de nuevo caemos en Bolonia, ya hablaremos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La cuestión es ¿qué podemos hacer para que nuestros alumnos utilicen los medios que tienen (entre ellos uno puede ser la "academia") de forma correcta, ya que si complementan conocimientos o adquieren destreza en estos lugares a mi no me parece que sea un mal uso, lo que no puede ser es una sustitución a las clases oficiales.
Para ello, yo propongo que nosotros (los profesores universitarios) debemos aportar conocimientos de calidad (no sólo transmitir las ideas que pueden encontrar en un libro o en los apuntes del curso pasado), experiencias que ayuden a la comprensión de los conceptos, dirigir el aprendizaje, estructurando los contenidos y marcando ideas fundamentales, etc.
En lo que nos llevan cierta ventaja las “academias”, es en que nuestras asignaturas, fundamentalmente prácticas, precisan de un apoyo de problemas que en los planes de estudio actuales es imposible que nosotros podamos darles en la extensión requerida (asignaturas cuatrimestrales nos obligan a centrarnos en enseñar conceptos y métodos, y nos impiden pararnos en problemas), con lo que al plantearlo como trabajo fuera del aula nosotros mismos aumentamos los clientes de las “academias”.
Yo sería partidario de un uso (y no abuso) de las “academias” como complemento de formación en aquellos alumnos que lo requieran, y por otro lado animar al alumno para que utilice los otros medios de que dispone, esto es, las tutorías, aula virtual, trabajos dirigidos, seminarios (hay que dotar de aulas para facilitar la tarea de montar seminarios) en los que el profesor de la asignatura pueda complementar aquello que en clase oficial (dentro del horario de la asignatura) no se ha podido dar con la suficiente intensidad y calma.
José Ramón

Pedro dijo...

Pues yo sigo pensando que no, que subcontratar el esfuerzo no es la respuesta, el esfuerzo personal es la experiencia que genera aprendizaje, eso no es externalizable. Contenidos.. esos existen desde siempre, una colección de problemas adelante, pero que alguien te los haga eso es perderse lo mejor del polvo.
Esas cosas o las hace uno mismo o son simluacros.

Pedro dijo...

Me permito publicar un comentario privado recibido. He suprimido la firma
Hola Pedro: Ya he leido "el mal de la academia" y aunque creo que el asunto participa un poco de todo lo que dices, creo que el tema es mucho más complejo y se enraiza en el tipo de sociedad que tenemos, que no me parece mala sino muy diferente a la que generó la necesidad de nuestras universidades y planes de estudio. No obstante, estoy seguro de que si los paramentros fundamentales del sistema no cambian esto no tiene solución, ni con Bolonia ni sin Bolonia. La moneda no es peor, lo que ocurre es que ha cambiado el sistema de valores y eso tampoco tiene por qué ser intrínsecamente malo.
Un abrazo